Cada día… una historia.

Personajes, cuentos, relatos, poesía…

Son los vientos… VIENTOS DE CIUDAD

No se lo pierdan….

Una decisión asistida


Siempre acostumbraba salir muy de madrugada a su trabajo, pero desde hace varios días se estaba quedando dormido en casa como si nada pasara.
Es que estoy suspendido mi cielo…se justificaba.
Pero mi amor, no veo que te duela nada y ni siquiera has ido al médico, algo debes estar  escondiendo, le cuestionó su esposa.
No es nada mi cielo, la verdad es que me dijeron que me quedara en casa, que me avisaban cuando teníamos que retornar.
Eran los primeros años del siglo veintiuno cuando la industria petrolera se paralizó casi por completo. La población estaba polarizada y hasta en los núcleos familiares las posiciones eran adversas.
Pues eso no me parece bien mi amor. Tu sabes muy bien que yo no estoy de acuerdo con el gobierno y no sé si tú, pero de algo si estoy claro: Si Ud. no trabaja, no tendremos comida ni ropa ni vacaciones ni nada y por el bien de nuestra familia, ¡usted tiene que ir a trabajar!.
Y no te preocupes, Ud. se va a trabajar y yo me quedo aquí apoyando el paro.
La señora, quien siempre se había dedicado a su casa y a sus niños, alisto esa misma tarde todo lo que su esposo suele llevar a su trabajo (braga, zapatos de seguridad, casco y chaleco salvavidas).
Esa noche la señora no durmió esperando que sean las cuatro de la mañana, momento en el que despertó a su esposo para que se alistara porque ella misma lo iba a llevar.
Pero mi amor, ya te dije, mis jefes me dijeron que me quedara en casa, que ellos me avisaban, déjame dormir un poco más… Aunque la verdad no se qué es lo que está pasando, yo no soy político, yo solo soy un trabajador petrolero, reflexionó entre dormido ante la presión de su esposa.
Exacto mi corazón, vaya temprano a hacer lo que usted sabe hacer. Que los políticos se encarguen de su política. Vamos, que ya son las cuatro de la mañana que vamos a llegar tarde.
Pero mi amor, que van ha decir mis compañeros, mis amigos, seguía reclamando el esposo mientras subía a la camioneta y la señora desde el volante le ordenaba subir.
Era la primera vez que estando los dos en el carro, fuese ella quien conduciría, siempre lo hacia el esposo salvo que él estuviera enfermo.
En silencio llegaron a la puerta del muelle San Francisco, allí abordaría una lancha para llegar a su lugar de trabajo. Había muchos guardias en la entrada. El señor mostró su identificación y la señora se adelanto para decir: no se preocupe, lo dejo y salgo enseguida. El acceso esta restringido señora, solo debe pasar el trabajador, la lancha todavía no ha salido, está a tiempo. Pero señor, tengo que llevarlo hasta el muelle, debo asegurarme que mi esposo aborde la lancha, tiene ya varios días en la casa y eso me pone mal, por favor déjeme llevarlo hasta allá.
El gesto persuasivo de la señora logró convencer al militar y en un momento estuvieron frente a la lancha que saldría hacia “Lago Medio”, lugar donde su esposo trabajaba.
En el muelle había pocas personas, pero al ver la lancha y algunos compañeros de trabajo el esposo volvió a sonreír, la señora notó su alegría porque seguía muy de cerca cada paso que su marido daba, pero se quedó allí para asegurarse que efectivamente abordara la lancha, y solo se fue cuando aquella lancha, por la distancia, parecía un punto en el lago de Maracaibo.
Era la primera vez que ella estaba en un muelle viendo partir a su esposo, fue un momento mágico. Siempre soñó un viaje por alta mar conociendo puertos y ciudades. Se sentía orgullosa de tener un esposo que siempre viajaba. Cómo debe disfrutar mi esposo esos amaneceres, ver el fulgor de las aguas cada mañana, se imaginaba mientras retornaba a casa.
Luego de esperar un tiempo prudencial decidió llamar a la Planta.
Alo?, por favor es con la planta Lago Medio?. Si señora, con quien desea hablar?, con Juan Cabanillas por favor. Habla su supervisor, él esta en el área, en que le puedo ayudar?... Con usted quería hablar señor, regáñelo por favor, él estuvo en casa sin hacer nada, primero me dijo que estaba suspendido, luego que le dijeron que se quedara tranquilo que luego lo llamarían, y yo creo que eso no es así. ¿Con quién hablo señora?. Soy Olga Coromoto, esposa del señor Juan Cabanillas. Efectivamente señora, no se preocupe, aquí estamos trabajando. Por favor señor, oblígalo para que no falte al trabajo, mañana yo mismo volveré a llevarlo al muelle y si es posible lo haré todos estos días. No se preocupe señora, su esposo ya esta trabajando y eso es lo más importante.
Es parte de la Novela: “LA ULTIMA GOTA DE PETROLEO” que pronto será publicada.

Es solo, una muestra de amor

Nos paramos porque vimos sobre una tranquera un aviso que decía: Se vende queso ahumado.
Estábamos en Los Andes de vacaciones, un poco retrasados de acuerdo al plan que teníamos, por lo que esa parada tendría que ser muy rápida.
Llamamos desde la tranquera pero nadie contestó.
Veinte metros más al fondo había un portón y decidimos pasar, motivados  sobre todo por el agradable clima andino.  
Llamamos desde el portón y por fin contestó una señora:
¡Pasen!, ¡pasen!, nos dijo, la puerta está abierta, los perros salieron al campo, no se preocupen, pasen con confianza.
La señora estaba cocinando con leña y mientras caminábamos podíamos sentir la sazón de la comida en el ambiente.
Y cuando apenas pasamos el portón, nos apresuramos a preguntar:
Señora, venimos porque…
¡Pasen!, ¡pasen!, nos interrumpió.
Y al estar más cerca volvimos a preguntar: Señora, en la tranquera vimos…
Siéntense por favor, deben estar muy cansados. Siéntense y tómense un chocolate, nos volvió a interrumpir.
Aquella manifestación de dulzura y calma fue para nosotros como un frenazo que no pudimos rebasar y casi sin pensarlo, los siete que andábamos apurados, nos vimos en la cocina sentados sobre unos cálidos cojines de cuero de ovejo y tomando chocolate caliente.
Tomen tranquilo… aquí tienen más pancito…
En silencio, tomamos el más agradable chocolate de nuestras vidas. La ternura de aquella señora nos había dejado sin palabras.
No sabíamos como agradecer tanta atención. Y mientras le devolvíamos las últimas tasitas, la señora nos preguntó:
¿En qué les puedo ayudar?
Señora… es que vimos el aviso de queso ahumado que está en la tranquera...
Ah sí, que pena con ustedes, el ultimo ya se llevaron, vengan mañana por favor, les voy a guardar uno, pueden venir como a las nueve…
Es solo una pequeña muestra de nuestra gente en el campo, sobre todo en Los Andes. Y también una muestra de que en las ciudades, hasta para vacacionar lo hacemos de prisa.

Héroes anónimos: EL CHIPI

Estaba El Chipi en su habitual sitio de trabajo cuando recibió la llamada de una voz que le decía: “Para la planta y deja todo como está, lo estamos esperando en la placita, las guardias la estamos realizando aquí”, y el El Chipi respondió: "¡Pero señor!, no podemos abandonar la planta, hay operaciones mínimas que deben mantenerse y alguien debe quedarse para monitorearlas, no puedo…", y en ese momento se cortó el sistema telefónico quedando las partes sin acuerdo.
Eran momentos en que la producción de petróleo estaba literalmente parada y dicha planta de compresión de gas era la única que estaba en operación. Era como la mecha que debía mantenerse viva para que las operaciones no se desvanezcan.
Y fue cuando El Chipi y unos pocos operadores, decidieron mantenerse en sus puestos de trabajo porque sabían que si esa planta se para, moriría las operaciones en el lago y la reactivación sería una labor casi titánica que no sería conveniente enfrentarla.
Cuando se restableció el hilo telefónico, la misma voz le repetía: “deja todo como está y vuelve a tierra”, pero El Chipi nuevamente respondió: “¡no me pueden pedir que haga eso señor, ustedes me enseñaron a mantener operativas las plantas y eso es lo que estamos haciendo, y le ruego por favor no me pida hacer lo contrario!”. Aquella manifestación contundente de conciencia, dejó sin palabras a su interlocutor quien simplemente colgó el teléfono.
En ese momento, El Chipi y unos pocos operadores se estaban quedando solos con su planta. Permanecían totalmente aislados en medio del lago de Maracaibo, como náufragos en una isla. Y fue cuando aceptaron el reto y juraron solemnemente resistir hasta el final. Decidieron “las cosas que debía hacerse” y en conjunto mantuvieron las operaciones mínimas de dicha planta.
Pasaron los días y allí seguían, incomunicados y sin la asistencia de nadie. De cuando en cuando se asomaban a las barandas de la instalación para ver si alguien se aproximaba, pero al no haber gasolina disponible en el país, solo podía verse a lo lejos unas pocas chalanas de pescadores.
Mientras tanto, un grupo de trabajadores se organizaban casi informalmente para reiniciar operaciones en el lago y cuando por primera vez llegaron a la planta, hicieron un feliz descubrimiento: ¡encontraron vida en la planta!
Allí estaban, algo esqueléticos pero muy contentos, El Chipi y algunos  operadores, cuidando su planta como cuando uno cuida lo más preciado de su vida.
Habían podido subsistir gracias a la solidaridad de algunos pescadores, quienes se convirtieron en “los mensajeros”  que les llevaban algo de provisiones, ropa y correspondencia desde sus casas. 
Lo deben saber.
Con especial aprecio para el señor Roque Antonio Torres Navarro más conocido como “El Chipi” y Gilberto Nava, Excelentes personas y dignos hombres de trabajo.

Este relato es parte de la novela “LA ULTIMA GOTA DE PETROLEO”    que pronto será publicada.

"Estoy libre el fin de semana"


“Estoy libre el fin de semana. Si hay alguna actividad cuenten conmigo. Saludos”, fue el mensaje que recibimos ese viernes por la tarde.
Si fuera otro el momento, hubiéramos asegurado que se trataba de una invitación para un fin de semana de rumba y tragos, pero, eran tiempos en que no había gasolina en las estaciones de servicio ni gas en las bombonas.
“Dale chamín, vente mañana, nos vemos en el muelle Tía Juana. Saludos”, respondimos el mensaje al descubrir que se trataba de un joven profesional recién incorporado al equipo.
¿No será un infiltrado?, asomó alguien. Era una pregunta lógica en ese momento, dado que algunos llegaban a apoyar y otros a obstaculizar la puesta en servicio de las operaciones, en una industria petrolera literalmente parada. Pero el muchacho, acababa de llegar desde San Cristóbal aun sin tener transporte ni medios normales para viajar, y días antes había decidido retornar al Zulia mientras estuvo en una larga cola empujando el carro de su tío para conseguir algunos litros de gasolina.
Y fue cuando le dijo a su esposa: Mamá, voy para Maracaibo. ¡Pero mi amor!, ¡si no hay como irse!. No te preocupes, yo estaré bien, te estaré llamando, cuida a los niños.
Y con su mochila a la espalda salió a la carretera. Y mientras extendía la mano solicitando una cola, los pocos carros que en ese momento pasaban lo hacían evitando las frenadas. Los choferes pasaban muy concentrados, como regulando mentalmente el consumo de combustible de su vehículo.
De modo que, decidió caminar siguiendo la carretera -como si quisiera llegar a pie a Maracaibo-, y al doblar una curva, seiscientos metros más adelante, solo consiguió un camión accidentado.
Buenas tardes señor, parece que estamos en dificultades, si necesita ayuda estoy a la orden, se ofreció el joven al ver que el camionero con dificultad intentaba reemplazar un neumático.
En los ojos de aquel conductor se dibujó un síntoma de alegría. Ya no estaba solo, y por fin alguien como caído del cielo lo estaba ayudando.
Y el camionero preguntó:
Y tú, amigo, ¿a donde vas?
A Maracaibo señor, voy para Maracaibo.
¿Tu familia está allá?
No señor, está aquí en San Cristóbal.
¿Pero estas loco muchacho?, como te puedes ir dejando a tu familia sola, ¿no sabes que no hay combustible y todo está parado?. ¡Precisamente por eso voy a Maracaibo señor!, he trabajado en eso, conozco cómo funcionan esas plantas y se cómo se procesa el petróleo.
¡Que bien, que bien!. Lástima mi amigo que solamente tengo medio tanque de gasolina y debo llegar a Barquisimeto, sino, te llevaría a Maracaibo.
Y luego de varios días en carretera, algunas veces viajando en camiones y  otras tantas caminando, y en ocasiones esperando con el camión en una cola para conseguir gasolina llegó a Maracaibo.
Y ese viernes por la tarde estuvo allí, ofreciéndonos su ayuda...

Con especial aprecio para Egner Aceros, ingeniero muy aplicado, meticuloso, solidario y entregado como el solo al trabajo.
Este relato es parte de la novela: “LA ULTIMA GOTA DE PETROLEO”, que pronto será publicada.

Mi amigo "El Cuatrista"


Transcurrían días donde las concentraciones y las marchas populares en la capital eran cotidianas. Hasta allí llegaban los marchantes en buses desde todas las ciudades.

Una tarde, mientras los buses repletos de caminantes se organizaban en caravana para partir hacia Caracas, mi amigo “El Cuatrista” abordaba su bus con tristeza. Su instrumento musical preferido no estaba con él, con el apuro, dejo el cuatro en casa. Tenía ganas de volver a buscarlo pero él mismo como buen Paraguanero se dijo: chivo que se devuelve se desnuca, y siguió adelante.
Mi amigo “El Cuatrista”, infaltable en los eventos culturales y en las serenatas navideñas, es un buen compositor y destacado arreglista, definitivamente un virtuoso del cuatro que gusta sobre todo, regalar su música al viento... Siempre entrega sus tonadas sin pedir nada a cambio.
Ya en la capital, a medida que los buses iban llegando, los caminantes se organizaban de modo que se mantuvieran los grupos unidos, con los celulares encendidos y bajo un chequeo riguroso de modo que ningún participante se quedara al momento del retorno.
Entre gritos y olor a multitud transcurrió ese día, a veces caminando y otras tantas corriendo. Al principio de la marcha, todos cuidaban por no desprenderse del grupo, pero luego, ante tanto movimiento, el teléfono celular de convirtió en el principal elemento unificador.
Aquella fue una larga jornada donde hubo muchos incidentes  y quien sabe, algún accidente no reportado.
Cuando se aproximaba la hora del retorno, todos fueron llegando a sus autobuses como si estuvieran retornando de una larga batalla, extenuados, sedientos y sudorosos.
Cuando todo estaba listo para el retorno, solo faltaba mi amigo “El Cuatrista”. Lo llamaron al celular, pero el teléfono que al principio repicaba dejo de hacerlo, sin que nadie contestara.
No será que le pasó algo?, se preguntó un compañero. Hoy ha sido un día muy agitado y Dios quiera que se encuentre bien, clamaba otra compañera. La tarde aceleraba su marcha y nuestro amigo “El Cuatrista” no aparecía.
Se organizaron los grupos de búsqueda, quienes partieron en diferentes direcciones.
A dos cuadras del lugar, llamó la atención de uno de los grupos un gran tumulto de personas. ¿No será que hubo un accidente y allí está nuestro amigo?, yo oí por la radio que hubo disparos, afirmaron algunos mientras se acercaban para ver qué es lo que allí ocurría.
Con tristeza en el alma, se abrieron paso entre aquella estrecha multitud y para sorpresa, estaba allí mi amigo “El Cuatrista”, aun sudoroso, tocando el cuatro bajo el árbol y sin poder escapar del aplauso de los espectadores.
Desde aquel día, cuando mi amigo “El Cuatrista” se pierde, lo buscamos de acuerdo a la dirección de las melodiosas notas del cuatro.


Con gran aprecio para Rafael Ramírez, indiscutible virtuoso del cuatro, hijo ilustre de La Pitahaya, un hermoso pueblo del Estado Falcón de la República Bolivariana de Venezuela.