Transcurrían días donde las concentraciones y las marchas populares en la capital eran cotidianas. Hasta allí llegaban los marchantes en buses desde todas las ciudades.
Una tarde, mientras los buses repletos de caminantes se organizaban en caravana para partir hacia Caracas, mi amigo “El Cuatrista” abordaba su bus con tristeza. Su instrumento musical preferido no estaba con él, con el apuro, dejo el cuatro en casa. Tenía ganas de volver a buscarlo pero él mismo como buen Paraguanero se dijo: chivo que se devuelve se desnuca, y siguió adelante.
Mi amigo “El Cuatrista”, infaltable en los eventos culturales y en las serenatas navideñas, es un buen compositor y destacado arreglista, definitivamente un virtuoso del cuatro que gusta sobre todo, regalar su música al viento... Siempre entrega sus tonadas sin pedir nada a cambio.
Ya en la capital, a medida que los buses iban llegando, los caminantes se organizaban de modo que se mantuvieran los grupos unidos, con los celulares encendidos y bajo un chequeo riguroso de modo que ningún participante se quedara al momento del retorno.
Entre gritos y olor a multitud transcurrió ese día, a veces caminando y otras tantas corriendo. Al principio de la marcha, todos cuidaban por no desprenderse del grupo, pero luego, ante tanto movimiento, el teléfono celular de convirtió en el principal elemento unificador.
Aquella fue una larga jornada donde hubo muchos incidentes y quien sabe, algún accidente no reportado.
Cuando se aproximaba la hora del retorno, todos fueron llegando a sus autobuses como si estuvieran retornando de una larga batalla, extenuados, sedientos y sudorosos.
Cuando todo estaba listo para el retorno, solo faltaba mi amigo “El Cuatrista”. Lo llamaron al celular, pero el teléfono que al principio repicaba dejo de hacerlo, sin que nadie contestara.
No será que le pasó algo?, se preguntó un compañero. Hoy ha sido un día muy agitado y Dios quiera que se encuentre bien, clamaba otra compañera. La tarde aceleraba su marcha y nuestro amigo “El Cuatrista” no aparecía.
Se organizaron los grupos de búsqueda, quienes partieron en diferentes direcciones.
A dos cuadras del lugar, llamó la atención de uno de los grupos un gran tumulto de personas. ¿No será que hubo un accidente y allí está nuestro amigo?, yo oí por la radio que hubo disparos, afirmaron algunos mientras se acercaban para ver qué es lo que allí ocurría.
Con tristeza en el alma, se abrieron paso entre aquella estrecha multitud y para sorpresa, estaba allí mi amigo “El Cuatrista”, aun sudoroso, tocando el cuatro bajo el árbol y sin poder escapar del aplauso de los espectadores.
Desde aquel día, cuando mi amigo “El Cuatrista” se pierde, lo buscamos de acuerdo a la dirección de las melodiosas notas del cuatro.
Con gran aprecio para Rafael Ramírez, indiscutible virtuoso del cuatro, hijo ilustre de La Pitahaya, un hermoso pueblo del Estado Falcón de la República Bolivariana de Venezuela.